El Buen Ladrón

He estado leyendo un libro sobre el Buen Ladrón que me ha hecho reflexionar mucho. He sentido al leerlo desde la mezquina rabia del hermano del hijo pródigo por su "inmerecida canonización", como si yo mereciese alguna cosa, hasta la emoción interior que él debió sentir al confesar su miseria ante Jesús moribundo.
El Buen Ladrón es un tratado sobre mi fe que vuelve a sorprenderme una y otra vez. Qué maravilloso tesoro tenemos los católicos y cuántas veces lo denostamos con nuestras miserias, miedos, faltas de fe y soberbia.

Parecerse mínimamente al Buen Ladrón mientras estaba muriendo sería todo un objetivo de vida.

En este libro se quiere ensalzar la figura del Buen Ladrón como el primer canonizado de la historia y nada menos que por el mismísimo Jesucristo. Pero no pretende invitarnos a una vida de desenfreno con tal de aceptar la salvación en el instante final de nuestra vida -esto sería una infantilidad-. Por un lado, anima a aquéllos que se han alejado de Jesús y que pudieran tener algún temor de volver a acercarse, bien porque piensen que es incoherente o bien porque teman el encuentro con Cristo, a no tener miedo, a aceptar el abrazo amoroso de Jesús, como el Buen Ladrón, por el mero hecho de arrepentirse de su vida alejada de Dios, confesar esa culpa y reconocer en Él a nuestro Salvador. Pero por otro lado, y sobre todo, quiere dejar clara una idea que hay que refrescar en nuestros corazones con frecuencia: sólo nos podemos salvar por la Gracia de Dios.

Y entonces ¿Realmente importa lo que hagamos en nuestra vida? ¿Nuestras obras de verdad pueden servir para algo?... ¡Pues claro que importan! Sirven para poder mostrar al mundo que Dios te ama tanto que ha dado su vida por tu salvación. Pienso que si el Buen Ladrón hubiera sido liberado de su condena a morir una muerte de cruz, inmediatamente después de su confesión, su vida habría comenzado a ser completamente distinta de lo que había sido. Se habría bautizado y habría tratado de seguir las enseñanzas de su Salvador. Habría intentado amar al prójimo. Y seguramente habría fallado una y otra vez en su intento de ser como Jesús nos pidió, pero sabría que de nada debía preocuparse ya, porque volvería a confesar sus debilidades y Jesús volvería a abrazarlo una y mil veces.

Me maravilla especialmente de este Buen Ladrón que descubre en su compañero de ajusticiamiento al mismísimo Dios y Señor de todo. Ve a un hombre humillado, injustamente castigado, insultado, aparentemente fracasado y moribundo y es capaz de proclamarlo Rey. Qué Gracia tan inmensa tuvo que recibir este hombre, al confesar que su castigo era justo recibirlo puesto que sus faltas habían sido grandes, para poder descubrir en Jesús a nuestro Salvador. Qué poder y qué fuerza los de la confesión.

"Nosotros, en verdad, lo estamos justamente, porque recibimos el justo pago de lo que hicimos;" Lc 23,41
Reconocer que nos merecemos el castigo, nos abre de par en par las puertas del Cielo. Y la Gracia que recibió en su confesión y le hizo ver al Dios Redentor en un crucificado es la misma Gracia que le salva y también la que le habría hecho intentar obrar según la voluntad de Dios. Las obras buenas que logramos hacer son realmente obra de la Gracia recibida.


Comentarios

  1. Cierto, Águeda lo que pones en negrita "sólo nos podemos salvar por la Gracia de Dios".
    Dichosos los que saben ver y vivir esta realidad.
    En cuanto al episodio de la pasión y muerte de nuestro Señor, finalmente abandonado a su suerte por todos, es un compendio descriciptivo de las miserias humanas.
    Sólo el buen ladrón supo ver quién era aquel ajusticiado que estaba acompañando y, despojándose de toda soberbia, le puso en el lugar que le corresponde. Salvador de hombres.
    Dios se hizo hombre y murió por nosotros para nuestra salvación, ante los ojos de todos. Nuestra soberbia, aún hoy, nos dificulta verlo.

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