Cómo no amar a Jesús?

¡Cómo no amar a Jesús, que siendo riqueza inestimable que nada necesita, se ha humillado a mendigar mi amor!


Ayer dediqué tan sólo una hora de mi tiempo a acompañar a Jesús Sacramentado en mi parroquia. Una hora en toda una semana para dejarme llenar por Él. Me supo a muy poco.
Estar con Jesús a solas, sentir que se sienta junto a ti en el mismo banco, dejar apartados todos los problemas y preocupaciones, vaciarte de pensamientos y abandonarte en manos de Jesús para que Él llene tu corazón con lo que Él quiera, es una experiencia maravillosa. No, maravillosa no, me quedo corta. Es la experiencia que todo cristiano debería ansiar.

Dejo en mi intimidad lo que ayer experimenté, lo que Jesús me sugirió, los compromisos que asumí, los agradecimientos que expresé, las personas por las que pedí, pero copio aquí la oración que hicimos todos juntos al final, porque me inspiró mucho y me hizo pensar que todos deberíamos conocer que el Dios al que alabamos nos espera incansable en el Sagrario a que vayamos a visitarle, y cuando por fin lo hacemos pensamos que cómo no hemos ido antes. Es verdad que Jesús está en todas partes, es verdad que con Jesús se puede hablar en cada lugar, en cada momento, pero también es verdad que la soledad del Sagrario estremece y extrae de ti lo que nunca hubieras pensado. Es del Padre carmelita J. Caraud:

¡Qué bien se está contigo, Señor!

¡Qué bien se está contigo, Señor, junto al Sagrario!
¡Qué bien se está contigo! ¿Por qué no vendré más?
Hace ya muchos años que vengo aquí a diario,
y aquí te encuentro siempre, Amor Solitario,
solo, pobre, escondido, pensando en mí quizás.

Tú no me dices nada ni yo te digo nada;
si Tú lo sabes todo ¿Qué voy a decirte?
Sabes todas mis penas, todas mis alegrías,
sabes que vengo a verte con las manos vacías,
y que no tengo nada que te pueda servir.

Siempre que vengo a verte, siempre te encuentro solo.
¿Será, Señor, que nadie sabe que estás aquí?
No sé, pero sé, en cambio, que aunque nadie viniera,
aunque nadie te amara ni te lo agradeciera,
aquí estarías siempre esperándome a mí.

¿Por qué no vendré más? ¡Qué ciego estoy, qué ciego!
Si sé por experiencia que cuando a Ti me llego,
siempre vuelvo cambiado, siempre salgo mejor.
¿A dónde voy, Dios mío, cuando a mi Dios no vengo?
¡Si Tú me esperas siempre! Si a Ti siempre te tengo,
si jamás me has cerrado las puertas de tu Amor.

¿Por qué no vendré más si sé que aquí, a tu lado,
puedo encontrar, Dios mío, lo que tanto he buscado,
mi luz, mi fortaleza, mi paz, mi único bien?

Si jamás he sufrido, si Jamás he llorado,
Señor, sin que conmigo llorases Tú también.
¿Por qué no vendré más, Jesús?
¡Si Tú lo estás deseando, si yo lo necesito!
Si sé que yo no soy nada cuando no vengo aquí.
Si aquí me enseñarás la ciencia de los santos,
como aquí la buscaron y la aprendieron tantos
que fueron tus amigos y gozan ya de Ti.

¿Por qué no vendré más, si sé yo
que Tú eres el modelo único y necesario,
que nada se hace duro mirándote a Ti aquí?
El Sagrario es la celda donde estás encerrado.

¡Qué pobre, qué obediente, qué manso, qué callado!
¡Qué solo, qué escondido...nadie se fija en Ti!
¿Por qué no vendré más? ¡Oh, Bondad infinita!
Riqueza inestimable que nada necesita,
y te has humillado a mendigar mi amor.

Ábreme ya esa puerta, sea ésa ya mi vida,
olvidado de todos, de todos escondida,
¡Qué bien se está contigo, qué bien se está, Señor!
Amén.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Ha llegado el momento

Hacerme nada

Apóstol del sufrimiento