Todo lo bueno es don


El cuarto misterio gozoso del Rosario, la presentación de Jesús en el templo, siempre me sumerge en una idea: la Virgen era completamente consciente de que todo lo que tenía era don de Dios, por supuesto su hijo Jesús, pero no solo, también su entrega incondicional y su alegría, la acción diligente de la Visitación a su prima y la mirada atenta en Caná, eran fruto de un don de Dios. 

A veces me he preguntado si Ella era consciente de haber sido concebida inmaculada; y no sabría decir, pero en cualquier caso habría sabido que es un don de Dios absolutamente gratuito. 

Estaba cumpliendo la Ley al presentar a su hijo en el templo, pero nuevamente no solo; estaba haciendo lo que era de justicia: entregar a Dios lo que es Suyo. Esta idea me traslada siempre al ofertorio de la Misa. 

A mí me gustaría no atraer ninguna mirada si no es para mostrar a Cristo. De verdad es así, aunque a veces me haya alegrado haber sido el foco. Incluso entonces, ojalá no lo hubiera sido; sería verdaderamente humilde y no solo aspirante a humilde. 

Con estos escritos pretendo mostrar a Cristo; y si lo hago -escribir-, es porque entiendo en la oración que debo. Después de la entrada “Elegir la cruz“ he recibido mucho cariño y agradecimientos, también ánimos para seguir escribiendo, y en cierto momento, completamente abrumada, estuve tentada de pedir que ya no me agradecieran más. Menos mal que no lo hice, porque habría sido falsa humildad, ya que toda esa explosión de cariño en realidad era un don de Dios. ¿Y quién soy yo para decirle a Dios: basta de regalos? Más aún cuando esos regalos que Él me da a través de los lectores del blog son las ofrendas que yo puedo entregar en el altar, en el ofertorio de la Misa, como hizo María al presentar a Jesús en el templo. 

Cada día soy más consciente de que todo lo bueno que hay en mí o hago, incluso el amor que recibo, es don de Dios, lo tengo o lo recibo por Su infinita misericordia y no debo ni quiero atribuirme el más mínimo mérito. Ni mi capacidad de expresar por escrito ciertos pensamientos, ni mi elección de la cruz, ni el cariño recibido son mérito mío. Y aun sabiéndolo a veces me lo atribuyo y alimento mi vanidad. 

Eso sí es completamente mío, mi pecado; Entre mis ofrendas de la Misa cuelo también mi miseria, con la certeza de que eso es lo que quiere Jesús que haga, para así poder transformarla.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Ha llegado el momento

Hacerme nada

Apóstol del sufrimiento