Fe y razón

El otro día hablando con mis hijos de fe y filosofía, me di cuenta de que de algún modo se les inculca la necesidad de explicar todo por medio de la razón. Y no es que yo esté en contra de esto, pero me inquieté al pensar en ciertas cuestiones que me he esforzado para que ellos crean y que sé que son imposibles de explicar con la razón.

Hay hechos "milagrosos" que son explicables por medio de las leyes de la naturaleza; mi hijo Miguel puede dar una conferencia sobre cómo se explican las plagas de Moisés, incluso la separación de las aguas del mar Rojo. No dudo de que Dios es muy capaz de utilizar las leyes que Él mismo ha creado, para lograr los propósitos más inverosímiles.

Pero hay otras cuestiones que sólo se podrían explicar con la razón concluyendo que son mentira. Y ese es el temor que tengo: que les empujen a deducir que es mentira lo que es revelado por Dios, porque no lo pueden explicar con la razón. Me refiero al misterio de la Encarnación de Jesús, Su Nacimiento virginal, la Resurrección de Jesús, el misterio de la Eucaristía o cualquiera de los milagros que hizo Jesús en su vida encarnada.

La fe y la razón son parte, ambas, del ser humano. Toda persona tiene fe en algo, no necesariamente de carácter religioso, porque fe es confianza y seguridad en que es verdadero lo que no hemos visto, porque lo ha pronunciado alguien con autoridad. Luego que nadie nos engañe con desprecios hacia la fe religiosa. San Agustín recomienda “comprender para creer y creer para comprender”: válido para cualquier fe.

Juan Pablo II escribió una Encíclica sobre las relaciones entre Fe y Razón (Fides et ratio) y en ella empieza diciendo que “la fe y la razón son como las dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad”.

Creo que mis hijos deben tener esa inquietud por entender y explicar las cosas. Pero no deben caer en la tentación de sustentarse sólo con una de las alas del espíritu. Espero que la sociedad laicista en la que vivimos no les aleje al vacío de la falta de fe. Rezo para que les sean reveladas las verdades sobrenaturales, porque sé que su felicidad dependerá en gran medida de creer o no creer.

Quizá mi preocupación es pueril, pero mi fe es razonada, porque me aporta confianza. Y deseo con todas mis fuerzas que mis hijos experimenten esa misma confianza. La gracia de que mis hijos tengan fe en Jesús y en su mensaje no depende sólo de mí. Pero es mi responsabilidad plantar esa semilla y cuidar de que nadie venga a arrasar el terreno sin darle tiempo a germinar.