Dos maneras de vivir la fe

En mi vida hay dos maneras de vivir la fe. Una creo que no sirve para nada y la otra creo que sirve para todo.
La que no sirve es mi primera forma de vivir la fe: creo que Dios existe, Jesús es Dios y mi vida sigue. Así he vivido la gran parte de mi vida. Simplemente la vida es una sucesión de historias encadenadas sin ninguna trascendencia. Importan porque me afectan y me van llevando a algún sitio indefinido. Me siento bien, encajo en el mundo que me rodea, todo está bien, yo me encargo de mi vida, puedo con mis problemas y tengo suerte, todo va sobre ruedas, pero Dios no aparece en escena, más que de refilón. Hasta hace poco creía que esa forma de vivir era suficiente. Pero realmente lo pienso ahora y me pregunto qué sentido tenía, a dónde iba.

La otra forma de vivir la fe es la nueva forma de vivirla. Creo que es la única verdadera. Puedo engañarme a mí misma todas las veces que quiera diciéndome que la vida te lleva, te obliga y no puedes detenerte a pensar en Dios, como hacía antes. O puedes aceptar que este mundo sólo tiene sentido porque Dios existe y tú tienes sentido porque Dios te ha amado, imaginado, creado y por tanto sólo hay una cosa importante para ti, Dios. Y si Él es lo único importante, debería estar presente en nuestras vidas cuanto más mejor. Esto no te hace ni mejor ni peor persona que antes, simplemente te hace afortunado, porque te da la llave de la felicidad.

Sigo siendo la misma, con los mismos defectos, con las mismas virtudes, pero ahora sé que nada se puede sin Dios, pero que con Dios se puede todo. Dios, Jesús y el Espíritu Santo dan mucha tranquilidad, sobre todo cuando forman parte de tu día a día. Y ahí está el quiz de la cuestión: Dios nos da en la medida en que esperamos de Él (S. Juan de la Cruz)

En mi caso esta trasformación se produce porque esa vida que estaba bien, que encajaba con el mundo, de pronto se desmorona a causa de un diagnóstico, y entonces te preguntas por el sentido de todo y caes en la cuenta de lo equivocada que estabas pensando lo importante que era que tu casa fuera bonita, que tus hijos estuvieran bien educados, que sacaran buenas notas, porque los problemas de verdad, la enfermedad, la muerte, el dolor, no eres capaz de resolverlos. Tu casa tiene que ser bonita porque quieres tener un hogar donde Dios esté a gusto, tus hijos tienen que ser bien educados porque así agradan a Dios, al igual que cuando sacan buenas notas. Si cambias la perspectiva, cambias la vida. Haces las mismas cosas, pero se vuelven distintas y te preocupan de otra manera, porque tú ya no eres el centro, el centro es Dios. Pero tienes que dar el salto, arriesgarte a abrir la puerta a Dios, querer que entre de lleno. Y verás con cuánta fuerza entra, y su fuerza sí que puede con todo. El empujón definitivo que yo necesitaba para abandonarme en manos de Dios fue mi ELA. Deseo que los que me conocéis seáis mucho más valientes que yo, y no esperéis a que venga algo o alguien a empujaros.

Escribiendo este post Gonzalo me ha mandado por facebook este vídeo que me parece que viene que ni pintado: "Jesús vino a pagar los platos rotos"

Comentarios

  1. Estoy de acuerdo Águeda en tu reflexión sobre Dios, y el impacto que su verdadero y sincero descubrimiento, causa en nuestras vidas.

    Tan sólo me gustaría incluir una humilde postilla.

    Todas las personas nos preguntamos alguna vez ¿existe Dios?, y si existe ¿dónde está?.

    La respuesta es muy simple.

    Claro que sí, claro que Dios existe.

    Y Él se nos hace plenamente visible, material, de carne y hueso, en nuestro prójimo.

    Allá donde está el prójimo, sea éste quien sea, allí está Dios.

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    Respuestas
    1. Hola Fernando! La duda de si Dios existe nos asalta muchas veces, pero en mi caso puede durar un microsegundo. Tengo tantas experiencias en las que siento el amor de Dios que tras el microsegundo me siento idiota por habérmelo preguntado. Creo que todos pueden encontrarse con Dios pero hay que querer, no sólo encontrarlo, sino aceptar todo lo que implica conocerlo. Un beso. :-))

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    2. Cierto, Águeda.

      Para encocontrarse con Dios hay que salir de la comodidad de la autocomplacencia, onerse en marcha y buscarlo.

      A modo como hizo Moises para encontrarse con la zarza que ardía pero no se consumía.

      Él la encontró porque salió a buscarla.

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