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Amor que transforma

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Sólo lo que amo me cambiará de manera hermosa    Esta frase tan pequeña, extraída del libro "Castidad: la reconciliación de los sentidos" de Erik Vardem, encierra una sabiduría inmensa que no sé si todo el mundo llega a comprender.  Esta sabiduría es la de Jesús que conserva las heridas de la Pasión tras la Resurrección. Las conserva porque las ama, no porque sea masoquista, sino porque ama la obra que esas llagas han realizado, la salvación del hombre. A mi me ocurre algo similar con mi ELA, amo lo que Dios es capaz de hacer con ella. Sé que la enfermedad no es deseable, me hace sufrir mucho, lo peor para mí es la humillación que siento cuando mi saliva brota cual fuente, o cuando el aire que se acumula en mi estómago -me gustaría saber por qué lo hace- emerge por mi garganta con nulo control por mi parte. Estas humillaciones son para mí vergonzosas, y desearía no tener que pasar por esto, pero sigo amando lo que Dios es capaz de hacer con ellas; aunque me cuest

Sigo hablando

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Hay un salmo que es muy importante para mí, porque fue muy significativo en el momento de mi diagnóstico de la ELA, cuando había hecho una promesa de amor a Dios y me había entregado a la tarea de conocer a fondo todo de Él. Se presentó ante mí al abrir la Biblia para rezar. Estando escribiendo este artículo, también se me ha presentado delante pues fue leído en la Misa en memoria de san Ireneo de Lyon -casualidades de la vida-. Los versículos que me atraparon fueron estos: Si me olvido de ti, Jerusalén, que se me paralice la mano derecha; que se me pegue la lengua al paladar si no me acuerdo de ti, si no pongo a Jerusalén en la cumbre de mis alegrías. (Sal 137(136), 5-6) Ese "que se me paralice la mano derecha" fue como un dardo en el corazón. A mí se me había paralizado la mano derecha y -tenía que reconocerlo- me había olvidado de Jerusalén, o sea, me había olvidado de que yo pertenecía al Reino. No es que fuera un castigo merecido por ser la hija pródiga, es

Le hemos dormido

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En la misa del otro día se proclamó el Evangelio en el que Jesús duerme en la barca en medio de la tempestad (cf. Mt 8,23-27) y los discípulos están -estamos- atemorizados. Para mí que Jesús se duerme en la barca porque no le tenemos en cuenta, no contamos con Él. Cuando creemos que todo va bien en nuestra vida porque todo va saliendo como habíamos previsto, suele ocurrir que empezamos a hablar menos con Jesús, a acompañarle menos veces y menos tiempo en el Sagrario y claro, Jesús se duerme y parece que no está. Así ¡cómo no vamos a tener miedo!.  Hemos cambiado la fe en Jesús por la seguridad en nosotros mismos. Es lógico tener miedo cuando se nos empieza a desmoronar la torre de Babel de nuestras seguridades y autonomía. ¿No aprenderemos de una vez que nada podemos sin Él? Y si algo podemos no es más que una ilusión que tarde o temprano se desvanece. Pero Jesús, aunque no lo parezca, está con nosotros. No está dormido, le hemos dormido. Lo mínimo que podemos esperar es un

Viento y nada

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Y yo pensaba: «En vano me he cansado,en viento y en nada he gastado mis fuerzas». En realidad el Señor defendía mi causa, mi recompensa la custodiaba Dios. (Is 49,4) Este versículo de la primera lectura de la solemnidad del nacimiento de Juan el Bautista ha captado completamente mi atención. Jesús ha querido que le dedique todo mi tiempo de oración. Estoy en medio de una crisis de ideas para escribir. Me agobia no saber qué contar, quizá es más una crisis de oración. O una crisis de vocación porque igual me he convencido de que Dios me pide escribir y en realidad no. Pero este versículo ha venido a iluminar mi pobre oscuridad. Mis agobios son viento y nada, esfuerzos estériles y vanos porque Dios defiende mi causa. Empeñarme en hacer lo que a mí me parece es gastar mis fuerzas. ¡Si Dios defiende mi causa! No debo agobiarme si no se me ocurre qué escribir, porque si la voluntad de Dios es que escriba Él se encargará de darme temas. Y si no es su voluntad, ¿para qué agobiarme

Pureza de corazón

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Yo soy de las que siempre pensé que la pureza de corazón es tener un corazón inmaculado, sin mancha ni defecto. A esto contribuyó mucho mi nombre, Águeda, que significa la que es buena. Y también un tío abuelo jesuita, que cada vez que me veía me lo recordaba y yo entendía que tenía que esforzarme por conseguirlo con mis puños. Hace tiempo que comprendí que las cosas no son así y a ello me ayudó mucho un diálogo entre el hermano Francisco de Asís y el hermano León, que está recreado en el capítulo X del libro "Sabiduría de un pobre" de Eloi Leclerc. Ahora me lo estoy releyendo y me lo ha recordado. "Después de un momento de silencio, Francisco preguntó a León: —¿Sabes tú, hermano, lo que es la pureza de corazón? —Es no tener ninguna falta que reprocharse —contestó León sin dudarlo. —Entonces comprendo tu tristeza —dijo Francisco—, porque siempre hay algo que reprocharse. —Sí —dijo León—, y eso es, precisamente, lo que me hace desesperar de llegar algún día a

Abrir el corazón

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Artículo originalmente publicado en  Jóvenes Católicos -¿Que qué significa abrir el corazón? Pues eso, abrir el corazón. Es la respuesta que me sale cuando me hacen esta pregunta. Es muy poco elaborada, lo sé, pero es que soy muy bruta. El otro día, una amiga me pidió que le aclarara qué quería decir con eso de que tenía que "abrir el corazón". Me puso en un aprieto porque es de esas cosas que sabes por intuición y que nunca he sentido la necesidad de racionalizarlo, así que decidí ir respondiendo por fascículos, a medida que rezando me iban brotando ideas inspiradas. Y éste es el resultado. Nuestra relación con Dios puede ser fría y distante, de criatura a creador, de respeto, pero en la distancia. También puede ser de amor, pero de amor concupiscente, que busca someter a Dios a nuestros antojos y que espera que Dios sea como nosotros queremos.  Y la relación que Dios desea de nosotros: una relación de amor redimido, en la que buscamos someternos a Dios en todo y

Desapego

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El pasaje del ciego de Jericó, Bartimeo, me ha mostrado un detalle que ahora me parece llamativo pero en el que nunca había recaído, o si lo hice no lo recuerdo. Por supuesto que el reclamo de este pobre hombre al borde del camino me enseña mucho sobre cómo debe ser la oración: sencilla, confiada e insistente. Pero lo que me ha llamado la atención es, primero, que estaba pidiendo limosna a la multitud de gente que estaba pasando por el camino y segundo, que cuando Jesús le llama suelta el manto y va de un salto. Yo supongo que este ciego sólo tendría para comer lo que pudiera sacar ese día de las limosnas; y prometía ser un gran día porque pasaba bastante gente acompañado a Jesús (Mc 10, 46-52 • "En aquel tiempo, al salir Jesús de Jericó con sus discípulos y bastante gente"). Y deja de mendigar para hacer su oración dirigida a Jesús que pasa. Ante la posibilidad del encuentro con Jesús, prescinde incluso del alimento más básico. Me recuerda a Francisco de Asís e