Bendito pecado...
Hace muchos años tuve una conversación con una amiga que me preguntó por qué tienen que ocurrir cosas tan graves, como mi ELA, para acercarse a Dios y darse cuenta de que Él es lo principal. No guardo recuerdo de lo que le contesté, pero ahora sí sé lo que le diría. Lo que a mí me ha acercado a Dios no ha sido mi enfermedad, sino mi pecado. Diría que mi enfermedad ha sido el catalizador que ha acelerado todo el proceso, pero, realmente, lo que me acercó a Él es el dolor por mis pecados. El dolor por mis pecados, el arrepentimiento, es lo que me ha llevado a buscar la Misericordia de Jesús y a amarle cada día más y a vivir siempre agradecida. Pero la cuestión es que a mí esto me ha transformado porque creo que existe el pecado y creo que el pecado tiene consecuencias para la vida eterna; es más, tiene consecuencias para la vida presente. A veces, entre dos que se conocen mucho, es cierto que no hace falta pedir perdón con palabras, porque una mirada es suficiente...