Como una niña

Es probable que, por causa de mis muchas y grandes faltas, haya sentido ese complejo tan feo a la hora de acercarme a Jesús. No hablo de hace siglos, sino de hace bien poquito.
Gráficamente sería como escuchar a Jesús con mucho interés, pero detrás de una columna, no vaya a preguntarme algo y vea mi miseria ¡ingenua de mí! Si Él me conoce mejor que yo.

Así ha sido mi oración mucho tiempo y puede que no sea la única a la que le pase algo similar. Sin duda es falta de confianza en Dios y eso no está muy bien.
Yo sólo he tenido que desear cambiar esto y pedirlo de corazón y Él se encarga de arreglarlo.

Ahora, en mi oración, me veo frente a Jesús, mientras habla, tumbada con los codos hincados en el suelo y con la cabeza apoyada en mis manos, sin perder detalle de lo que dice, y como quien no quiere la cosa, se le escapa una caricia y me revolotea el pelo. ¡Es una delicia! Y nunca me ha dicho nada como que por qué tenía miedo ni ningún reproche, simplemente está contento de que me importe, me interese, lo que tiene que decirme; se alegra de que le escuche sin obstáculos.

Me pregunto qué sería esa columna tras la que me escondía, quizá mi sentimiento de culpa, mi vanidad, mi complejo de inferioridad, ese miedo a querer estar a la altura y saber fehacientemente que no doy la talla. Todo eso junto esconde el gran pecado de la soberbia de saberse imperfecto y no aceptarlo. Justo lo contrario de lo que Dios quiere: que sabiéndonos imperfectos, nos acerquemos a Él para recibir lo que nos falta.

Si ahora me fijo en mi misma cuando rezo, no tengo ELA, no me canso de la postura, y soy ¡una niña! Qué maravilla volver a ser niña porque de los que son como niños es el Reino de los Cielos. 
Imagino que María Magdalena pudo pasar un trance similar, aunque el Evangelio sólo cuente que a sus pies le escuchaba embelesada. Ahora cuando rezo, si miro a un lado, ahí está ella y, como yo, es una chiquilla,  sin vergüenzas y ávida de todo lo que Jesús quiera decir. Él nos quiere y disfruta de nuestra presencia, de nuestro querer aprender y conocerle y nunca se cansa de nosotras porque su alianza es eterna y no se muda.

Comentarios

  1. Hermosa reflexión, Águeda.
    Escuchar la Palabra con el espíritu de un niño. Niño capaz de palpar la novedad en Su mensaje.
    Gracias prima.

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