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Mostrando entradas de julio, 2024

Amor que transforma

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Sólo lo que amo me cambiará de manera hermosa    Esta frase tan pequeña, extraída del libro "Castidad: la reconciliación de los sentidos" de Erik Vardem, encierra una sabiduría inmensa que no sé si todo el mundo llega a comprender.  Esta sabiduría es la de Jesús que conserva las heridas de la Pasión tras la Resurrección. Las conserva porque las ama, no porque sea masoquista, sino porque ama la obra que esas llagas han realizado, la salvación del hombre. A mi me ocurre algo similar con mi ELA, amo lo que Dios es capaz de hacer con ella. Sé que la enfermedad no es deseable, me hace sufrir mucho, lo peor para mí es la humillación que siento cuando mi saliva brota cual fuente, o cuando el aire que se acumula en mi estómago -me gustaría saber por qué lo hace- emerge por mi garganta con nulo control por mi parte. Estas humillaciones son para mí vergonzosas, y desearía no tener que pasar por esto, pero sigo amando lo que Dios es capaz de hacer con ellas; aunque me cuest

Sigo hablando

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Hay un salmo que es muy importante para mí, porque fue muy significativo en el momento de mi diagnóstico de la ELA, cuando había hecho una promesa de amor a Dios y me había entregado a la tarea de conocer a fondo todo de Él. Se presentó ante mí al abrir la Biblia para rezar. Estando escribiendo este artículo, también se me ha presentado delante pues fue leído en la Misa en memoria de san Ireneo de Lyon -casualidades de la vida-. Los versículos que me atraparon fueron estos: Si me olvido de ti, Jerusalén, que se me paralice la mano derecha; que se me pegue la lengua al paladar si no me acuerdo de ti, si no pongo a Jerusalén en la cumbre de mis alegrías. (Sal 137(136), 5-6) Ese "que se me paralice la mano derecha" fue como un dardo en el corazón. A mí se me había paralizado la mano derecha y -tenía que reconocerlo- me había olvidado de Jerusalén, o sea, me había olvidado de que yo pertenecía al Reino. No es que fuera un castigo merecido por ser la hija pródiga, es

Le hemos dormido

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En la misa del otro día se proclamó el Evangelio en el que Jesús duerme en la barca en medio de la tempestad (cf. Mt 8,23-27) y los discípulos están -estamos- atemorizados. Para mí que Jesús se duerme en la barca porque no le tenemos en cuenta, no contamos con Él. Cuando creemos que todo va bien en nuestra vida porque todo va saliendo como habíamos previsto, suele ocurrir que empezamos a hablar menos con Jesús, a acompañarle menos veces y menos tiempo en el Sagrario y claro, Jesús se duerme y parece que no está. Así ¡cómo no vamos a tener miedo!.  Hemos cambiado la fe en Jesús por la seguridad en nosotros mismos. Es lógico tener miedo cuando se nos empieza a desmoronar la torre de Babel de nuestras seguridades y autonomía. ¿No aprenderemos de una vez que nada podemos sin Él? Y si algo podemos no es más que una ilusión que tarde o temprano se desvanece. Pero Jesús, aunque no lo parezca, está con nosotros. No está dormido, le hemos dormido. Lo mínimo que podemos esperar es un