Cuestión incuestionable

Creo que la mayoría de nosotros, los católicos, nos hacemos una religión a la medida. Quizá pensemos que podemos creer lo que nos plazca, y en general creemos lo que más nos conviene.
Pero lo cierto es que creamos lo que creamos, siempre habrá una verdad absoluta, seamos capaces de verla o no, se nos haya revelado o no. Por ejemplo, tu puedes negar la existencia de Dios, pero eso no cambia el hecho de que exista, de igual forma que puedes negarte a levantarte de la cama, cerrar la persiana y convencerte de que es de noche, y el sol seguirá brillando para el que lo quiera disfrutar.

La realidad es que hay una verdad, aunque yo la desconozca. Y me he dado cuenta que hay cuestiones cuestionadas por casi todos -yo también las he cuestionado mucho tiempo- que deberían ser incuestionables.

Jesús dijo: "El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán." (Mt 24,35) Es decir, que lo que Jesús nos dijo es válido en toda época. Él no hablaba para los de su tiempo nada más; hablaba para todos y cada uno de nosotros. Por esto, cuando Jesús instituyó la Iglesia, no estaba hablando de algo pasajero, sino de algo sólido. Tan sólida sería Su Iglesia, que el poder del demonio no la derrotaría: "Ahora yo te digo: tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré Mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del Reino de los cielos; lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos." (Mt 16,18-19)
Jesús instituyó una Iglesia, y es la Iglesia Suya, de Jesús; nosotros formamos parte de ella por el bautismo, pero no lo olvidemos: Jesús es su cabeza. Y él, por medio del Espíritu, la asiste hasta el final de los tiempos: "Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos." (Mt 28,20)

Por tanto, veo con claridad que he de creer en lo que la Iglesia me dice a través del magisterio, y debo, por coherencia y porque Jesús dijo: "aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas." (Mt 11,29), obedecer. Pero ¿no decimos todos en el Credo: "creo en la Iglesia que es Una, Santa, Católica y Apostólica? Pues todos debemos creer lo que nos dice y obedecer. ¡Y es que además tendremos descanso en el alma! ¿Se puede pedir más? Yo desde luego no, la paz en el alma es de lo que más valoro y tan sencillo como obedecer.

Una de estas cuestiones cuestionadas por muchos, pero ahora veo que del todo incuestionable, es el mandamiento de la Iglesia de confesar al menos una vez al año los pecados. -punto 2042 del catecismo de la Iglesia católica-. Este mandamiento facilita la correcta preparación para recibir la Eucaristía. No cumplir un mandamiento de la Iglesia es una falta, ya que es la Iglesia de Jesús y es Él, a través de su cuerpo místico, quien nos manda. Desobedeciendo a la Iglesia desobedecemos a Dios.

Cuánto tiempo he ignorado este sacramento y este mandamiento de la Iglesia  y cuánto he llegado a pecar por ello. Toda la vida me he creído eso de que no era necesario confesarse con un sacerdote, que era suficiente arrepentirse y confesarse con Dios, y me lo he creído porque me interesaba, porque mis pecados eran tan graves que me avergonzada expresarlos en voz alta. Es cierto que confesarse no es plato de buen gusto, pero no tanto por la vergüenza de ser una verdadera calamidad, como por el dolor real que nuestras faltas, pequeñas y grandes, causan en Jesús. Y los pecados son como el polvo, si no te das prisa en limpiarlo, se acumula tanto que ya no se verá ni el color ni la forma de los muebles que hay debajo. No se puede amar de verdad a Dios con el corazón así de sucio.

Ignorando el mandato de la Iglesia de confesarse al menos una vez al año, he cometido pecados muy graves, porque he seguido comulgando, aún sin estar en gracia. Pero es que si el magisterio de la Iglesia de Jesús nos marca el camino para obrar bien, hay que obedecer, porque así sé que hago la Voluntad de Dios, y no la mía.


Yo voy más allá del estricto cumplimiento de este mandamiento; aspiro a alcanzar tantas gracias en mi alma, que mi corazón de piedra se vuelva un corazón de carne, y para ello recurro a la confesión frecuente. ¡Cuánta paz me da Dios por este camino! Y qué equivocada estaba pensando que yo no lo necesitaba.








Comentarios

  1. Abrumados por nuestra soberbia nos convecemos de que no es imprescidible confesarnos por la mediación de un sacerdote, que lo hacemos directamente con Él, ¿no es Él infinitamente misericordioso?, ¿no es Él nuestro Padre bueno?. Y llenos de soberbia, nos negamos a pasar por el calvario que para nosotros nos supone el abiertamente reconocer que somos pecadores, y además todo ello ante un ser humano que seguramente es tan débil o más que nosotros mismos. Debemos ser conscientes de nuestra soberbia y rogar a nuestro Padre que nos haga humildes y que nos permita ver que después del calvario hay alegría, una gran fiesta en el cielo. La confesión frecuente es una sana costumbre que me hace consciente de mi pequeñez, y de la inmensidad de mi Padre celestial.

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    1. Hola Fernando, gracias por escribirme ¡Qué rápido has sido! En cuanto te leí esta mañana me alegré y pensé: como casi siempre el comentario supera lo que yo he escrito...y es que lo que tu escribes resume y completa lo que yo quería transmitir. Gracias de corazón por leerme y por completar. Un fuerte abrazo.

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  2. Dios se hizo presente en el mundo a través de su Hijo, Él es la Palabra hecha carne.
    El Hijo fundó su Iglesia, Católica, y Santa. De ella emana doctrina que trata cuestiones actuales al tiempo que vivimos pero siempre con aplicación universal e intemporal.
    Por último, la tercera fuente de doctrina de orígen divino es la tradición. Es en la tradición donde se inserta el pueblo de Dios, donde nos involucramos todos los seguidores de Cristo. Procesiones, liturgias, etc, nos hacen pertenecer a Sus seguidores.
    Hemos de pertenecer a su pueblo con todas las consecuencias.

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