Desapego

El pasaje del ciego de Jericó, Bartimeo, me ha mostrado un detalle que ahora me parece llamativo pero en el que nunca había recaído, o si lo hice no lo recuerdo. Por supuesto que el reclamo de este pobre hombre al borde del camino me enseña mucho sobre cómo debe ser la oración: sencilla, confiada e insistente. Pero lo que me ha llamado la atención es, primero, que estaba pidiendo limosna a la multitud de gente que estaba pasando por el camino y segundo, que cuando Jesús le llama suelta el manto y va de un salto.

Yo supongo que este ciego sólo tendría para comer lo que pudiera sacar ese día de las limosnas; y prometía ser un gran día porque pasaba bastante gente acompañado a Jesús (Mc 10, 46-52 •

"En aquel tiempo, al salir Jesús de Jericó con sus discípulos y bastante gente"). Y deja de mendigar para hacer su oración dirigida a Jesús que pasa. Ante la posibilidad del encuentro con Jesús, prescinde incluso del alimento más básico. Me recuerda a Francisco de Asís en su noche oscura (Sabiduría de un pobre. Eloi Leclerc). Es que me estoy volviendo a leer este libro y no puedo evitar descubrir los paralelismos. Francisco también estaba ciego porque no veía lo que Dios esperaba de él y tratando de encontrar la luz se olvidaba hasta de comer. Pues Bartimeo, exactamente igual.

Bartimeo, después cuando sabe que Jesús le llama, suelta su manto. Sería su sombra en las horas de fuego del desierto de Jericó y su abrigo en el frío de la noche. Su posesión más preciada. Y lo suelta y lo abandona a su suerte. 

Ese nivel de abandono me maravilla, me interpela, me mueve a buscar ese desprendimiento para ser completamente de Jesús, y serlo por mi esposo. Que Dios me conceda está gracia. Amén.