Lo imposible se hace realidad


Hace unos cuantos días, durante mi duermevela matinal habitual, me preguntaba dónde estaría Dios, y me parecía que no podía estar en un lugar determinado, porque sería finito y por tanto no sería Dios. Y se me ocurrió entonces que lo debía de ocupar todo. Y que toda su creación está inmersa en su seno, como un bebé en el seno de su madre. Dios crea hacia dentro. Me imaginé a Dios como una gran nube luminosa sin fin, en la que se veía el Universo entero en el interior de la nube. Así, si pudiésemos llegar al límite del Universo, al otro lado, en vez de la nada, estaría Dios.

Yo miraba el universo desde una zona de la nube más luminosa que el resto; como si fuera la cabeza de Dios. Me parecía precioso, lleno de luces y colores. Y me maravillaba cómo Dios sujetaba el Universo y lo miraba con ternura y sin apartar la mirada ni un instante. 

Ahora cuando rezo a Dios Padre me imagino esa nube luminosa; antes rezaba mirando la aureola de los santos, porque me parece que es la misma luz de mi nube y representa la unión del santo con Dios. En esa aureola está Dios Padre. 

Ahora llega Navidad y lo que acontece rompe en mil pedazos mis cábalas sobre Dios. Lo que yo consideraba imposible por ser Dios infinito, Dios Padre lo hace realidad de la forma más extrema posible. Dios está en un lugar concreto, en un pueblo pequeño, en el extremo más remoto del Universo. Y no está con aspecto temible, no, está en forma sencilla y vulnerable, en un recién nacido. 

Últimamente estoy leyendo cosas de franciscanos, ya explicaré el porqué. Una cosa que he leído del Beato Duns Scoto, franciscano de finales del siglo XIII, me parece esencial para adentrarse en el misterio de la Navidad: La encarnación de Jesucristo no está subordinada al pecado de Adán, sino que la encarnación es central de la creación para introducir al hombre en el Amor, es decir, para nuestra divinización. Dios no se encarna porque hemos pecado, sino porque nos quiere regalar su Amor.  

O sea, que Dios quiere crear el Universo para hacerlo partícipe de su Amor, que es perfecto y pleno entre las tres personas de la Santísima Trinidad. Seguramente, Jesús ya fue engendrado con la misión de entrar en nuestro mundo. Así, Dios y el hombre estarían siempre unidos.

Ahora que he visto el Universo en el seno de Dios, me parece todo lo de la Navidad  más especial y maravilloso, porque está la grandeza frente a la insignificante realidad de Belén, en donde se encierra toda la potencia de Dios. Lo que hace Dios por salvar su Creación es una locura de amor. Envía a su único Hijo, Dios verdadero, a encerrarse en un cuerpo humano, para divinizarnos a nosotros. ¿Puedes imaginar algo más grande?. 

Esta Navidad vuelve llena de luces, adornos, familia, regalos... confieso que me encanta. Pero es una pena que todas esas casas, que se han creado para celebrar este misterio que nos eleva hasta la divinidad, hayan desplazado a la esencia a algo prescindible. Pero no es que sea esencial para mí, o para los cristianos, es esencial para el hombre, porque el hombre no puede saber quién es, sin contar con su creador. 

Estoy pensando en cómo me puedo preparar para recibir a Jesús niño una vez más en mi existencia;  y se me ocurre ponerme en el lugar de los pastores. Los primeros en acudir al portal a rendir pleitesía al Amor de los amores. Ellos prestan atención a lo que les dice el ángel del Señor. Y sencillamente van a adorar a su Salvador. Responden rápidamente, y dejan todo, sus ovejas al raso, su medio de vida, y se ponen en camino. Por cierto, igual que María después de la Anunciación, que se pone en camino para ayudar a su prima Isabel. Es cosa de gente sencilla y humilde esto de ponerse en marcha rápidamente, porque no están aferrados a las cosas.

En esto va a consistir mi Adviento, en imitar a los pastores. Leeré el pasaje una y otra vez para empaparme de todos los matices. Está en Lucas, capítulo 2, versículos 8 y siguientes.      

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