La tristeza

Hay un desencadenante, por supuesto, pero con la razón sabes que no es para tanto, que si pones en una balanza lo que te empuja en la vida y lo que te enreda en la tristeza, gana por goleada la alegría y sin embargo te sumerges en la tristeza.
Yo creo que la alegría es una opción, un acto de voluntad, y esto lo vivo cada mañana, y sin embargo de pronto, una de esas mañanas, no soy capaz ¿Por qué?
A mi me ha pasado esto y creo que no estoy lejos de caer en la depresión cuando me siento así.
Pero no caigo, me libro gracias a Dios, literalmente. Mi tristeza esta manejada desde fuera de mi; es un pensamiento negativo que se abre paso y se vuelve recurrente; creo que el demonio me conoce y sabe que por aquí puede hacerme daño; me debilita creyendo que así quizá pueda separarme de la fuente de la Vida. Pero no me llega a anular porque siempre logro recordar quién me hace inmensamente feliz, me lo ha dado todo y jamás me suelta la mano. El secreto es mantenerse fiel, seguir recurriendo a Jesús en la Eucaristía y en el Perdón y confiar siempre en que a Jesús le ha costado toda su sangre rescatarme y jamás permitirá que me pierda.
La tristeza termina por esfumarse y el diablo con el rabo entre las piernas.
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