La imagen que me gusta
En mi cacharro para poder comunicarme, tengo dos botones que he añadido yo, cuya finalidad es abrir sendas imágenes de Jesús y de María. Sirven también para comunicarme, pero con ellos, no con las personas que me rodean. Son muy llamativas porque la pantalla es bastante grande y sé que muchos se fijan en ellas.
No pocas veces me comentan cosas sobre las imágenes en mis trayectos del coche a la iglesia, o de vuelta al coche, porque las suelo llevar puestas. Me dicen cosas como que qué bonitas son, que de dónde son, y si me dejan tiempo les digo que el Cristo es el de la Catedral de la Almudena, y la Virgen con el niño Jesús es de Sassoferrato. Pero también hay los que quieren que haga cambios según sus preferencias. Nunca contesto a estos, porque seguramente me saldría una bordería del tipo "tú reza como quieras, con la imagen que más te guste".
Pero el pasado domingo ocurrió de distinta manera a lo habitual. Ya terminada la Misa, aún con el Señor en mi boca, intenté rezar con la imagen de Jesús crucificado. Mi hija trataba también de rezar con una canción. Y se nos acercó una persona con ganas de charlar. Alejandra le fulminó con una de esas miradas que ha heredado de mí, pero que ya no practico gracias a la ELA. Me sentí valiente y utilicé uno de los monigotes de mi cacharro, que sirven para expresar sentimientos y gestos -son muy útiles para los enfermos de ELA, porque la enfermedad nos tiene secuestradas las expresiones del rostro-. Escogí el que pide silencio; y, ¡oye, le hizo gracia! pero no captó la fuerza de la "directa". Volví a mi imagen de Jesús, y traté de ignorar sus palabras, que ahora se dirigían a Alejandro. Y entonces decidió hacer su aportación: "Dile a Águeda que tiene que poner una imagen de Jesús resucitado".
No fui nada borde; el tener que escribir la respuesta antes de pronunciarla, facilita ser más amable. Le dije algo así: "me gusta acompañar a Jesús en el Calvario, para que no esté solo". Me dio lástima, porque creo que no aprecia suficientemente el valor del sacrificio, que es lo que nos salva y abre la puerta a la Resurrección. Es cierto que también podría tener un botón para la imagen de Jesús resucitado, pero también para la Divina Misericordia o el Sagrado Corazón de Jesús. No tengo tanto espacio, pero creo que sí voy a añadir la del Sagrado Corazón.
Pensando en esta anécdota, me he acordado de Rafa Nadal -ya ves tú qué viajes hace mi mente-. Me ha venido el tenis a la cabeza, porque hay personas que no ven los partidos por resultarles demasiado tensos, sin embargo disfrutan con la fiesta de después y la foto de Nadal mordiendo la ensaladera. Es comprensible.
Yo soy de las que disfrutan el partido. Cada caída y remontada, cada bola imposible, todas los tantos en la línea, los interminables tantos que casi siempre caían del lado de Nadal... Tratándose de Jesús con mucha más razón, prefiero meditar con la pasión y muerte de Jesús, pero es una cuestión de gustos. No es que desprecie la Resurrección -por favor, que nadie piense eso-, es simplemente que me inspira más la locura de Amor de Dios que la recompensa maravillosa de una eternidad en el Amor.
Y ahora me acuerdo de ese soneto tan conocido aunque de autor desconocido: "aunque no hubiera cielo, yo te amara y aunque no hubiera infierno, te temiera".
Aquí, completo:
No me mueve, mi Dios, para quererte
el cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.
Tú me mueves, Señor, muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido,
muéveme ver tu cuerpo tan herido,
muévenme tus afrentas y tu muerte.
Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera,
que aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y aunque no hubiera infierno, te temiera.
No me tienes que dar porque te quiera,
pues aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.
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